2 de febrero de 2024

A mí patas de cabra
y sortilegios.

Me miro las manos vacías
de vez en cuando, como sorprendida
de no encontrar en ellas
lo que estaba claramente ahí, 
ahí nomás...

hasta que apareció el Mago,
y con su gesto despiadado
lo desvaneció
por unos míseros aplausos.

Este corazón estaba marcado, como en los trucos de cartas
pero no solo tenía una esquinita rota este corazón:

había trocitos de esparadrapo repartidos aquí y allá,
unos cuantos puntos de sutura malcurados,
una cremallera medio desgarrada y sin broche,
que no enganchaba ya por ningún lado,
un caminito casi recto de grapas en el ventrículo izquierdo,
en el derecho, tres clavos oxidados,
cinta compresiva ya sin presión ni comprensión
y unas cuantas vendas que se estaban despegando.

Este corazón todo roto y descosido 
que, por motivos obvios
ya solo tenía valor sentimental
me vació el pecho bien vacío.

Pero pienso:
«no puede haber ido muy lejos
sin dejar por el suelo
su rastro de desolación».

Y miro alrededor, por si,
como en los trucos de los magos
aparece donde menos me lo espero:
en el bolsillo de un pantalón
o dentro de un sombrero;

aunque ya no vuelva a funcionar
como en el truco del billete,
ni pueda ya cambiarse 
por otro nuevo.


6 de enero de 2024

No lo vi en tus ojos
no, 
lo que tanto había temido tiempo atrás.
No lo vi en tu sonrisa, ni lo sentí en tu abrazo
tan profundo
tan de verdad.

No lo vi venir, ya por entonces, 
cuando me cogiste de la mano,
cuando hundiste tu cabeza en mi cuello, buscando mi olor.
No lo vi en tu gesto, cuando me pedías perdón
y parecía un corazón lo que había en tu mano.
No lo oí en tu voz, cuando confesabas extrañarme tanto,
no.

Lo escuché en tus silencios, tiempo después. 
Lo vi en tu figura ausente, cuando ya era tarde, 
demasiado tarde, otra vez.

Solo el espacio vacío me dejó ver tu sombra 
ensombreciendo 
todo lo que una vez había bañado la luz:
tu mirada, tu sonrisa, tu mano, tu voz
todo se volvió tan oscuro 
y yo caminaba tan a tientas, 
que era imposible que viera las señales
que tú omitiste.

Y me dejé guiar
de tu mano
por tus palabras
en tu abrazo cálido que nunca te parecía suficiente,

y me llevaste a un lugar
donde me habías preparado

una trampa 
a mi exacta medida.
Para dejarme ahí, en abandono
con todo lo que más temía.



Escapé como suelo hacerlo,
con palabras de hierro y lágrimas de plomo
traicionada en lo más hondo,
desplomada y malherida.

6 de noviembre de 2023

La llamada del vacío

Esta vez me prometí
no precipitarme.
No poner plazos, no agobiarme
no dejarme llevar por arrebatos
no incendiarlo todo y huir
no borrarme a mí con todo.

Se ve que yo tampoco
me pude cumplir.

Lo volví a hacer,
volví a dar un volantazo
y a borrar de un plumazo
todo lo que aún podía ser.
Pero ahí ya no quedaba nada
que pudiera crecer.

Si me precipité
no fue por anticiparme
ni por convencerme
de lo que iba a suceder,
porque todo ya
había sucedido:
ya se había oscurecido
cualquier otro amanecer.

Me precipité porque caí
en el abismo que apenas vi
y que no podía creer.

Me precipité porque volví a caer
en ese olvido
tan profundo, tan vacío
que se abre siempre bajo mis pies.
¿Cómo pude creer que esta vez
iba a ser diferente?

15 de mayo de 2022

Hoy me he dado cuenta
casi por casualidad
que me he convertido en una de esas mujeres
que dibujaba de pequeña.
Más allá de la hermosura
o la esbeltez
tantas cosas proyectaba
en aquellas figuras.

Yo dibujaba mujeres decididas,
valientes y resueltas.
Mujeres fuertes, desafiantes,
casi siempre solas.

Mujeres que no se amilanaban,
explosivas de carácter,
fieles de corazón.

Hoy me he dado cuenta
sin haber pensado en ello antes
de que me he convertido en una de esas mujeres
que quería ser.
Aunque las cosas no siempre me salieron bien
o
como yo quería.

Quizás fue eso.
La adversidad era el único paisaje
que me podía acompañar,
ser el fondo de mi personaje.

9 de junio de 2019

Nunca entenderé
cómo hace la gente
que no escribe poemas
escupe veneno
canta muy fuerte
aporrea un piano
escribe mensajes tras una botella
llora en la calle
pinta en las paredes
salta por la ventana
dice la verdad aunque sea difícil
arriesga aunque pierda
juega con fuego
recuerda y sonríe
y se arrepiente.

Esa gente,
qué.

Acaso son sus vidas
como parecen,
tan apacibles y aburridas,
tan fáciles y felices.

Cómo hacen
para tener esas vidas
o para fingirlo todo el tiempo
sin acabar tirándose de un puente
o de un aeropuerto

para ir a esconderse
al otro lado del mundo,
o a otro mundo
de murallas invisibles
pero infranqueables.

Cuál es ese peaje
que pagan con gusto
a cambio de un existencia
soportable.

Dónde se paga.
A cambio de qué.


1 de junio de 2019

Detrás del muro

Si pudiera hablar
te diría que no puedo

Que no soy lo que parezco
Que me superan las cosas más básicas
Que tengo un muro delante aunque no lo veas
Que no sirvo para esto
Que soy defectuosa
Que no puedo hacer eso que todos hacen
(eso que le da sentido a todo)
Que mi cabeza está metida en una jaula,
y mi cuerpo atrofiado
Que no soy buena opción
Que te busques a otra, (una que funcione)
Que no pierdas el tiempo conmigo
porque no tengo remedio
Que no me queda ya esperanza
Que no hay nada que hacer

Pero quién querría escuchar eso
O entenderlo
Ni respetarlo

Cuando todavía no has conseguido lo que te has propuesto
Y eso es lo único que importa
Sacarlo de mí, extraerme esos minutos
Tan valiosos
Y dejar el cascarón a un lado,
que se las arregle como pueda.
Cascarón del que no quedará nada
En el mundo
Ni en la memoria
Más allá de esos minutos.

10 de marzo de 2019

Lo que más me gustaba de él
era que me daba pie
a decir todas esas frases
que tan ensayadas tenía
y por fin había alguien
que quisiera escucharlas
como quien se ofrece para ensayar un guion.

Yo las pronunciaba entonces, convencida
haciendo el papel de mi vida.
Él me escuchaba en silencio
y no entendía nada,
pero me miraba con cara
de querer intentarlo.

Él sacaba esas palabras de mí
indescifrables, inexpugables,
que tanto tiempo habían permanecido
estériles, enraizando.
En ese momento
él intentaba entender
resolver el rompecabezas
que le estaba planteando
como si tratara de resolver
un problema matemático.
Como quien lee un manual de instrucciones
de un corazón hecho pedazos.

Quizás dije alguna frase
cuando no tocaba
solo porque la tenía
muy bien ensayada.

Pero él nunca entendió nada
aunque quiso intentarlo
quizá no lo suficiente,
seguro que no demasiado.
Quizás nunca quiso resolverlo
solo pasar al siguiente nivel.
Hizo lo que pensó que tenía que hacer:
interpretar su papel
de hombre escuchando.
Decir las palabras que parecen adecuadas,
cambiar el guion, para hallar una salida
de aquel laberinto cerrado.
Quizás resolvió el problema
por un instante,
y tan pronto dejó de mirarlo
todo volvió a enredarse.

Y ya no quiso solucionarlo.

Y un montón de frases se fueron acumulando
sin tener unos oídos que traspasar
sin tener a nadie interesado en escuchar
el mantra lapidario
las últimas palabras, el adiós razonado
que no admite réplica.

Y ahora qué.
Un muro de silencio y desinterés
fingir que nunca ocurrió
para poder olvidarlo.
Aferrarse a lo que nunca dijimos
para redibujar los caminos
que no llevan a ningún lado.

Como si solo las palabras pudieran cambiarlo todo.

Como si lo que sucede fuese solo lo que se dice.

(Yo le creí, todas esas cosas que dijo
con tanta naturalidad, que parecían verdad,
aunque solo fuesen una posibilidad
muy remota).

Y fui yo, solo yo
quien tuve que escenificar esa pérdida
continuar sola con la obra
ponerle palabras a ese final
indescifrable
que ya nadie iba a escuchar.